miércoles, 8 de enero de 2014

Sobre la Juventud - comentarios y otras descargas

Por Aquarela Padilla


a los chamos que golpearon hasta la saciedad al pana Wallner en el 23 de Enero creyendo hacer justicia
a Wallner 
a Territorio Karibe 


Como un grito retenido en la tráquea que busca salir a dar vueltas, esta reflexión es una necesidad, es generacional, en consecuencia lleva las marcas del tiempo, de ciertas cegueras y nociones arbitrarias. Apuesta a ser no más que una descarga, de formas del habla cultivadas en la desesperación, de las más sinceras sin duda, por lo tanto no considera en su existencia ser un aporte útil, y ojalá lo sea.


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 La Juventud, termino abusado en los discursos de la dominación, de todo orden, en el convencimiento y el alza de un ego individual que idealiza una época de la vida, planteándole las maneras, limitándola; así puede entonces ordenarle, sugerirle, darle responsabilidades. Preferimos situarnos en un concepto menos inquietante de Juventud, hablamos entonces del humano que pasa por la infancia, y que empieza a mirar su realidad a partir de la experiencia y la convivencia con otros; ese que se da cuenta un buen día del desastre del que es parte, del gran engaño al que ha sido sometido, duda de sí y de la vida. Esa incógnita primaria es un punto de partida, se toma o se deja, tomarla es aventurarse en la carrera de los espejos, todo es representación y todo es juzgable. Queremos desplegar estas palabras en esa sensación de apertura, perturbadora, cruel; que brinda la posibilidad de transformar. Tampoco queremos decir con esto que la infancia es una etapa inocente y florida de la vida, pregúntele a un niño que trabaja de colector en una camioneta, o a una niña que se prostituye, qué piensa acerca del mundo.

Hablamos de un sector muy específico de la juventud, ubicado en lo urbano, en consecuencia determinado por el sectarismo de las tribus propias de la mercantilización de los ideales, de grupos y movimientos políticos importantes que el capital supo convertir en una mercancía atractiva y “especial”, empaquetada para diferentes gustos, ¿atrevidos o menos atrevidos?; es así como la violencia, el consumo de drogas (de todo tipo) se convierte en parte de un valor cultural, en un ritual del consumo disfrazado de dogma. El capital vence dos veces, inmoviliza y vende. Estamos hablando de una juventud que sobrevive entre los restos que nos dejó el sistema, que defiende un proceso nacional que nos incluyó, y que ahora vemos con menos ingenuidad, ya situados desde posturas políticas más estructuradas por las experiencias  -no siempre gratas- , el sentido común y la sensibilidad. Claramente hablamos de la juventud chavista, en su abrumadora diversidad. Juventud Chavista de Caracas para ser más precisos.

Debemos empezar por reconocer, que los que crecimos en “revolución”, asumimos que el Gobierno era el Pueblo, o que el Pueblo era Gobierno; y con esa verdad fuimos engordando las filas de la burocracia institucional, a la par se nos fue sumando una frustración generalizada, como cuando llegas jadeando a la meta después de una carrera de kilómetros y no recibes ni un aplauso; sí, nosotros creíamos que la revolución era una carrera que narraba un hombre, bajarnos de esa nube, a niveles individuales significó renuncias a instituciones (que creímos trinchera de lucha), distanciamiento de partidos políticos oficialistas, rupturas con espacios de organización; en algunos casos peores, la persecución, el amedrentamiento, los despidos injustificados (recordemos casos como los de Ávila Tv). Lo que nos mantuvo a algunos, además de la terquedad, fue la tierra que pisamos, fue la necesidad de combatir el despotismo en cualquier escenario; y creer en nuestra razón, la misma que encontramos en el trabajo concreto en la comunidad, en los momentos de lumbrera en que el Comandante, cercano a nosotros, dejaba escapar de todo formalismo la misma arrechera nuestra para hacerse resonancia. Quiero creer que también nos mantuvo el escepticismo. Nada cae del cielo, y si cae se rompe fácil o muere de un infarto en la caída. A nosotros nos gustan más los nacimientos.

Traición. Esa es la sensación que llevamos en la boca. Dispersión y distanciamiento, que se amplió en la perdida física de un liderazgo indiscutible; fuimos, en un sentir colectivo, autentico y hermoso, haciendo un paso, que no se detuvo, sino que se pensó a sí mismo, rectificó, tomó fuerzas;   muchos son los ejemplos que pudiéramos colocar en el debate de cómo surgió este devenir histórico de unas generaciones protagonistas de la revivificación de un país, de la dignidad sostenida de un pueblo. Puedo decir que muchos, hijos, sobrinos y demás, de luchadores y luchadoras, (guerrilleros, maestros progresistas, artistas de izquierda, intelectuales radicales, sindicalistas, etc) pudimos tener un punto de comparación importante, entendiendo que este proceso de transformación no empezó en el 98, ni siquiera el 4 de febrero del 92, que el Caracazo no es sólo un recuerdo memorable de la Revolución Bolivariana, sino que guarda la esencia fundamental de la lucha de clases en este país. Esa rebeldía digna y no formal que ha venido siendo socavada, reducida a consignas sin alma, reiteradas en el poco vigor de las marchas de uniforme, donde ser trabajador público es igual a ser militante.

También consideramos que esa obligación patriótica era asumirnos dentro de una estructura burocrática cercenante, que en ese marco era “normal” y parte del “proceso” que se reprodujeran los términos de la desigualdad en los espacios laborales de los que formamos parte (tan lejos miramos esa llamada nueva institucionalidad), donde las propuestas reivindicativas de la liberación en ejercicio y pensamiento fueron cada vez menos, cada vez más parecidas a una representación teatral de bajo presupuesto. Así, parte de esa generación se convirtió en la vocería de esa pantalla, en los instrumentos “frescos” de un discurso mercantilizado a través de los aparatos mediáticos, con los mismos códigos decadentes que la derecha supo instalar en el imaginario de una población dependiente de la renta petrolera. Son ahora, en términos concretos, los enemigos del pueblo, al que evocan desde el desconocimiento, la distancia y la idealización, se han encargado de hacer, desde esa poderosa plataforma, una imagen de la “juventud revolucionaria” que da vergüenza si la comparamos con la verdadera virtud de los movimientos revolucionarios que movilizan en gran parte jóvenes de todo el continente, pensemos en Chile, en Argentina, en México, en Brasil, en la misma Colombia, donde pensar distinto les cuesta la vida a miles cada año. Tiro de plomo no es igual a tiro de cámara.

 Esa juventud, que se asume vocera, y peor aún, vanguardia, de un proceso político, opera en la misma lógica de: es lo mismo un funcionario público que un militante, es lo mismo un ancla de televisión que repite el discurso oficial (¿atrevido e irónico?) que un militante. Todos queremos lo mismo, el fin último, la revolución…todos somos tan buenos y eficientes. La verdad es que lo que se comieron este cuento, no le hacen gran daño a nadie, la derecha se burla y no le pesa (pues no afecta sus intereses materiales y concretos) y el chavismo (por no llamarle izquierda) los rechaza; aburren, se estancaron.

Es hora, lo dice el ahogo, es hora de descentrar la mirada de nuestra arrechera  (que va desde la crítica más pulida, hasta el pataleo más pueril), y colocarla en un lugar donde sea útil. Es hora de entender que el problema no está en el agotado enfrentamiento mediático de un polo contra otro, eso ya sabemos que es una pelea estéril. Hasta cuándo caeremos en el facilismo de tirar improperios -justificados o no- en contra de los sifrinos que salen a la calle a protestar, como les corresponde, en defensa de sus intereses, ¿hasta cuándo reduciremos la lucha a un ping pong de la comodidad discursiva?, ¿a eso le llamamos lucha de clases?, ¿a esa distancia no riesgosa del verbo alzado contra la pared sorda de un contendiente que no ha cambiado sus estrategias desde hace por lo menos unos diez años de contienda política? Negando así la posibilidad de llevar el debate a la espina dorsal del asunto, en el reconocimiento de que estamos jodidos, de que no llegamos a la Victoria Final, de que esa vaina no existe; y en ese reconocimiento es que vamos a mirarnos descarnadamente con los otros jodidos, cara a cara con el tiempo que nos tocó vivir, a desmembrar las contradicciones, esas que duelen, las que nos han forjado humanamente débiles y maravillosos, con las que nos llevamos coñazos todos los días; no sé si para superarlas, por lo menos para reconocerlas. Ese es un pequeño paso.

Esa juventud que se puso máscaras de superioridad, que realmente se cree una gran vaina, debe empezar, debemos empezar por saber que hemos metido la pata en el barro hasta el fondo, y que el orgullo no nos debe pesar tanto, ahí quizá hay esperanza de algo. No somos vanguardia de nada, las miles de horas de representación simbólica de qué sirvieron, qué dijimos con eso, a qué reflexión llegamos; sólo sirvió para conseguir carguitos que luego (como en cualquier sistema de escalafón) nos quitaron, porque así es, todo se desecha, todo se usa y se bota. Unos más jala bolas que otros, aún se mantuvieron en la estructura, segura estoy de que sumamente infelices.

También pasa que el sistema burocrático que ha implantado este Estado, este llamado “proceso de transición” ha generado situaciones de dependencia financiera y partidista que en gran medida ha desmovilizado cualquier intento autónoma de rebeldía y organización de la juventud, es triste ver cómo han surgido “movimientos revolucionarios” juveniles que repiten el discurso de lo oficial, para disponer de la comodidad de lo políticamente correcto. Un discurso y una práctica que transforma con limitaciones, que no profundiza en la radicalización de un proceso político que exige cada día la necesidad de la crítica interna, de la ruptura definitiva de las prácticas adecas; reproducidas ahora desde una plataforma instrumental y económica que muchas veces arrastra toda convicción autentica, toda creatividad liberada y liberadora, para convertirla en una forma expresiva que no afecte, que no altere, que no transforme verdaderamente nada.

Y estos casos podríamos considerarlos sólo molestos y un poco preocupantes cuando se trata de movimientos culturales (tan pop) que se pavonean en los espacios de lo público como maestros del discurso prefabricado; sobre todo cuando vienen a querer ser voceros, o peor aún representación, de la Juventud revolucionaria, lo que queda fuera de esos marcos referenciales qué es entonces? Juventud contrarrevolucionaria? Porque no es chic, claro; o porque no es malandra a juro. Lo realmente preocupante es aquella juventud que con unos cuantos cuentos (fábulas o distorsionados) se creyó que esta historia se iba a construir con un tipo de violencia, que además les queda grande, porque es irresponsable e inútil; hablo de los movimienticos, que ruptura tras ruptura de los “colectivos organizados” se han convertido en el plus de la corrupción en manos del Estado (que financia y crea dependencia) de lo que llamamos juventud chavista, estas instancias de poder que juegan a la guerra, involucra en su haber a los chamos del barrio, que entre la espada y la pared, o se vuelven malandros o se vuelven “revolucionarios”, lo último les da la posibilidad de actuar como lo primero bajo una moral superior a ellos que justifica sus actos. Entonces así, matar a coñazos a un chamo “sospechoso” del barrio no es un crimen de intolerancia sino un acto de justicia revolucionaria, eso sí merece aplausos, en su imaginario retorcido ellos están cumpliendo el legado de Chávez.

No es raro, ni de extrañarse, que la juventud (aquí hablo en términos amplios) rechace las practicas, las de la gerencia juvenil burocrática, y la de la moto y la bicha (y la jevita claro) como instrumento de poder contra su propia clase. Todavía se preguntan por qué la derecha nos gana en mayoría (en términos electorales, no pasa de ahí) en el sector de la juventud? Aquellos les garantizan sentirse parte de algo, que es absolutamente falso vale decir, pero que los incluye en un terreno donde no se necesita pensar mucho, sólo parecer. Qué ofrece el oficialismo? Mejor aún que ofrece la militancia de la izquierda más allá del chavismo, a la juventud? Hay que someter a juicio las formas en que la militancia de izquierda (adulta) asume la creación de contenidos, los métodos y las distancias con una generación que anda buscándose y reconociéndose en el ejercicio de un concepto libertario que no es igual al de hace unos treinta años. La vaina no es convencer, ese es el gran error, la vaina es enamorar; no como quien tiene la razón sobre el que no la tiene; sino del que quiere al otro y por eso extiende su mano o su pecho a ver qué pasa. Porque el otro (la generación de relevo) le importa, más allá del sabido esfuerzo que implicó luchar en las épocas de la desaparición forzada y la cárcel, más allá de esa necesidad de respeto y reconocimiento. Por eso la estética es importante también, por eso de lo que hablamos (el discurso del enamoramiento) debe ser tan hermoso y tan sincero como el sentimiento que nos motiva. Imagine que le entreguen todo el tiempo a uno el cliché del oso de peluche para hacer el amor. Esperamos un erotismo más cercano al cuerpo, menos asfixiante.

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La pregunta que nos hacemos ahora es, ¿y entonces qué se hace?, ¿dónde ubicamos la fuerza de un tropel de gente, que anda medio dispersa comenzando procesos que incluyen conceptos considerados superfluos por el chavismo inaugural?; conceptos que asumen la vida en comunión, la recuperación de la relación del ser humano y la tierra, de la producción de alimentos sanos, de la reivindicación del trabajo solidario y voluntario como opción política. Donde la enseñanza es consonante con lo espiritual y lo ético, en el amor como fuerza indetenible de cada acto con el o la otra, de la colectividad como única alternativa de la resolución de problemáticas “comunes”.  Luchas tan vitales y primigenias como la semilla, la tierra, el agua, el aire, el nacimiento, la crianza, la sexualidad, la amistad; marcan el debate que se ha hecho público desde grupos que se organizan en los límites del Estado (donde participan en su mayoría jóvenes), con posturas más o menos radicales, pero juntos forjan una alternativa, una búsqueda mucho más sincera en lo cotidiano, una opción que sí se apunta en la transformación de la estructura social dominante (poco conveniente para el chavismo oficial?) Podríamos así colocar en el mismo frente (y en el respeto a la diversidad) a los Guardianes de Semilla, con los Antimantuanos, y a los Territorio Karibe, con las Mujeres por la Vida. Todos y todas en esa dimensión que se quita la soga del cuello. Que respira al fin un aire propio, ganado a pulsito.

No todo está perdido. Estos territorios, no necesariamente ubicados geográficamente, liberados, o en proceso de tal fin, vinculados en el marco de una única lucha de clases, donde somos aliados estratégicos, más allá de nuestras diferencias y nuestras trincheras. Lo importante, y que no podemos perder de vista, es el horizonte que nos vislumbra juntos, y el pasado que nos parió de un lado de la historia y no de otro; las críticas en medio de las coyunturas políticas de éste país son muchas y necesarias, el lugar dónde nos ubicamos en ellas no puede ser discutible, asumamos que nuestra fuerza nunca estará del lado de la derecha parasitaria, del lado de la burguesía nacional, con ellos no hay discurso empático, ni posibilidad de diálogo; los términos en que es posible el debate es entre los espacios de poder del pueblo, y los espacios vinculados y dependientes del gobierno nacional; en ese terreno luchamos con las manos y con la lengua –con el corazón-. A la derecha ni un ápice de complicidad ni silencio.

Ya la pregunta de cuánto tiempo falta para que esto se convierta en una lucha dentro del chavismo no es posible hacerla, sería ingenuo; ya esa lucha, ese choque, está instalado en las dinámicas de este proceso, el sectarismo, la persecución, y el asesinato en muchos casos (en los sectores de frontera sobre todo) está destapado y botando humo, hemos empezado a naturalizarlo, en la normalización de las palabras: disidente, contrarevolucionario, que se sueltan tan a la ligera en el discurso oficial de ciertos dirigentes. Quizá esa misma crisis interna, evidente y expuesta, queriendo ser callada por cualquier medio, sea un terreno fértil para la profundización del empeño; ya nos dimos muchas treguas, nos quedamos tranquilos hasta el asco. 

La revolución no debe hacernos mártires, tampoco asalariados quince y último; más parecido a lo que necesitamos es la sensación de haber dado todo lo posible, y en eso encontrar la hermosura; un nudo en el centro del cuerpo que te arroja, esa rabia útil, ese arrebato de voluntad, esa presión ardiente que da la complicidad con la historia.  

No basta entonces con los terrenos recuperados, los internos y los concretos, no basta con los foros y los debates, no basta con los discursos desde la rebeldía y los contenidos comunicacionales que se empiezan a quitar ciertas cargas pesadas de lo “correcto”, hará falta (lo sabemos) otras fuerzas. Que ningún manual nos diga cuáles. El tiempo de la inocencia se acabó hace rato. La comodidad era una fábula. La victoria era otra. Grita pues, ¿qué estás esperando?


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