sábado, 4 de enero de 2014

Por qué Aníbal Castillo muere siendo anarquista



Por Roland Denis

 “El anarquismo tiene bien claro que la libertad no es hija del desorden, sino madre del orden...
Para el anarquismo es fundamental una teoría general de la acción. Y la prueba de la acción significativa es el rejuvenecimiento de la existencia personal. Los cambios significativos se producen únicamente mediante la confrontación directa de las clases...

El acto revolucionario es útil en su naturaleza, por encima de su éxito o fracaso político, precisamente porque la acción guiada por un fin moral es redentora”.
Irving Louis Horowitz

Aníbal Castillo, hermano luchador de toda la vida atravesando los sesenta años muere el 13 de Diciembre del 2013, el mismo día en que se conmemora la muerte del comandante Argimiro Gabaldón, héroe histórico de la lucha guerrillera de los sesenta y punto de inspiración en la vida de Aníbal. Fueron sujetos de la misma sangre política (las legendarias Fuerzas Armadas de Liberación Nacional, luego PRV-FALN) y una historia insurgente que la llevó en la memoria hasta el final de sus días. Pero a diferencia de Argimiro, Aníbal no fue un comandante clásico, fue un combatiente subterráneo que se fusionó en espíritu y cuerpo entre quienes le tocó encontrarse en su vida militante (barrios, comunidades obreras, mineros, indígenas) estableciendo un solo motivo: acabar con el viejo orden de opresión que se resume sobre sí mismo la máxima de insensibilidad, arrogancia, brutalidad y opulencia vacía de los personajes que lo representan a lo largo y ancho del mundo. Ese viejo orden tiene una manera de repetirse en cada uno de los escenarios y al mismo tiempo una diferenciación particular en las mascaradas que utilizan sus connotados personajes, siendo siempre una repetición de lo mismo. Contra ellos luchó Aníbal, muchas veces con armas en mano, con la violencia de la pólvora si era necesario, él y sus acompañantes.

Aníbal empieza su historia siendo un subversivo de armas, cuya participación en innumerables combates, fugas y expropiaciones deja constancia. Fue un soldado o así se asumió siempre no un jefe, y no por incapacidad de mando sino por radicalidad de sus principios militantes. El guerrillero de los comandos armados del PRV-FALN no fue jefe porque en los tiempos de su generación hasta la misma guerrilla era comandada por lo general por hombres provenientes de una pequeña burguesía formada y radicalizada que no dejó caminos y herramientas de formación para que sus bases populares más leales pero sin los acomodos lingüísticos y culturales de esta clase asuman finalmente los mandos de una causa que en definitiva era solo suya. Aníbal aunque estudió antropología nunca quiso confundirse con esta dirigencia letrada que con el tiempo y sus fracasos fue buscando salvaciones individuales totalmente ajenas a la lucha que ayudaron a desatar. Los finales de la IV República y la aparición del chavismo lo comprobarán; tanto la izquierda como la derecha política que se acomoda en los últimos 25 años de crisis de Estado e intentos de revolución estará inundada por estos viejos comandantes

Los rencores creados, intercalados por confrontaciones entre grupos ligados al comandante más admirado o acusaciones de traición por los otros costados y grupos formados al interno de las organizaciones, desploma la guerrilla al final de los setenta, dejando a Aníbal sin base de organización. Pero la persecución del régimen burgués de entonces -años ochenta- sigue su rumbo y hasta se afinca aún más, obligando al guerrillero originario del 23 de Enero a internarse en la selva al sur del Orinoco donde vivió sus últimos treinta años. Hizo lo mismo que muchos pueblos caribes huyendo del coloniaje español; mundo de la selva salvación del salvaje.

Probablemente es desde que comienza a discurrir lo que llamaríamos su vida verdadera. Apasionado por la antropología encontró en esas selvas el objeto primario de su ciencia: el indio, nuestro ser originario. Pero como militante auténtico no se dejó llevar por la seducción que produce en el científico positivista ser solo un estudioso de su objeto respectivo. Aníbal por el contrario construyó una fraternidad total con muchas de las comunidades Yekuanas y Pemonas con quienes intercambió la vida ya sea por el lado del río La Paragua o en el sur-oriente del estado Bolívar. Pero además no se estableció límites muy propios de los fundamentalismos o el ecologismo tradicional. No se ahogó en ello, asumiendo al indígena como hermano de lucha mientras, por razones de sobrevivencia, le tocó ser minero junto a indígenas y mineros propiamente. Es así como le tocó raspar, reventar la roca y hundirse en la tierra en vastas fronteras entre Brasil y Venezuela. Recorriendo a pie días y días o hasta semanas los caminos mineros es donde Aníbal se convierte en “el botánico” como terminaron llamándolo. Muy pocos han llegado a conocer como él las plantas y animales con quienes se topó en estas décadas y las características particulares de cada una de esas selvas. Su amor y su confianza con ellos era impresionante, no había viaje de paso por Caracas o la costa donde deje algunos de estos animales (lapas, pajarracos de todo tipo, hasta tigrillos entre tantos) y plantas auténticas en las casas de amigos. Buscando el mineral-fetiche e inservible del oro como vía de sobrevivencia sin querer se hizo sabio, dejando seguramente escritos perdidos entre sus papeles aún por recuperar de una inmensa valía política y científica.

Es en este tránsito del militante y combatiente disciplinado, al hombre involucrado de manera radical con lo más ancestral de nosotros como nación y como pueblo, como naturaleza viva o rocosa que Aníbal empezó a cambiar sus perfiles ideológicos dándose cuenta que la organización y la disciplina, que la capacidad de combate y victoria, que la identidad que nos da el pertenecer a algo donde se lucha en común, no viene de los patrones jerárquicos muy propios de las viejas organizaciones marxistas-leninistas donde militó, mucho menos del anquilosamiento burocrático que produce “el hacerse del poder y el Estado”, sino de una esencia mucho más permanente y genuina que aún está presente entre nosotros. Aníbal mejor organizado y siendo el mismo hombre de disciplina extrema empezó a hacerse anarquista y conocer la historia y el pensamiento libertario por aquellas tierras. Entendamos que el anarquismo no es solo una posición político-ideológica, no es solo un pensamiento que se asume científico; tragedia del marxismo que se asume como ciencia en vez de disponerse a hacerla. El anarquismo obligatoriamente es una condición humana radical. Se trata del hombre que no necesita gobierno y por tanto se mete en la obligación de vivir totalmente la vida de los hombres y mujeres, de sus comunidades, estén donde estén, reconociendo sus sufrimientos y compartiendo sus saberes, ritos y alegrías, sean quienes sean, haciéndose ellos. Digamos entonces que es en ese momento que Aníbal quiso ser anarquista, de manera tan leal y consecuente como fue y de alguna manera siguió siendo un guerrillero, pero en este caso obligado por el reto a ser un hombre mucho más total. Admirador desde entonces del gran guerrero anarquista español Durruti. Es en esa misma selva llena de lo indescifrable, de la belleza de la inmensidad pero también del horror humano allí condensado, donde Aníbal encuentra esa totalidad y la asume en pleno.

Sus últimos años transcurrieron entre El Callao y la Paragua, formando escuelas agrícolas y nueva organización minera que permita dar un salto de la antigua minería destructora a convertirse en proveedora de vida, algo que por supuesto nuestro apestoso Estado nunca ha dejado que se haga, buscando a como dé lugar en el extractivismo rentista y geocida la razón de su propósito. Sin embargo, su militancia lo llevo a permitir el tránsito formativo entre Parupa comunidad Yekuana del alto Paragua y El Callao donde al fin además de oro se habla de formación agrícola sin ninguna necesidad de Estado. De igual forma su compromiso político con los movimientos de base integrados al chavismo siguió siendo la misma a pesar de su abierta crítica a la reproducción burocrática difundida entre los mismos agentes de base. Era un anarquista que votaba por compromiso pero luego recordaba en cada rincón la necesidad de radicalizar la esperanza libertaria que nada tiene que ver con votos y cargos sino con la irrupción de nuevos escenarios para una vida libre, común y productiva.

Ahora, ¿de verdad pudo lograr ser un anarquista?. Posiblemente no del todo, el anarquismo en solitario aunque hay muchos que lo reivindican es muy difícil si no imposible porque él mismo es una posición colectiva de vida que por tanto necesita de muchos. Sus angustias finales, las rabias que nunca pudo sacar de su cuerpo por historias traicionadas o presentes que se mueven hacia ese mismo destino traicionero, no lo dejaron terminar de recorrer su camino y enseñar a otros lo que él mismo pudo aprender desde la vida cruda y real. Digamos que hasta le produjeron por dentro lo que sería su enfermedad fatal. En todo caso con la pérdida de Aníbal se va un cuadro militante fundamental del sur del Orinoco, un maestro y ayudante como ninguno de esas comunidades mineras e indígenas. Queda su memoria y ejemplo de un venezolano que la vivió y la luchó de verdad, un regalo a la ciencia, la pasión y la política libertaria.



 

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