Crónicas desde el Alto Apure
Por Aquarela Padilla
Por Aquarela Padilla
Dicen que el agua cura, que el camino que deja en su recorrido puede
sanar las heridas. El agua del Arauca es agua brava, pero curar la huella de la
masacre de un pueblo no ha de ser tarea sencilla; hará falta algo más fuerte
para soportar los embates del olvido, para mantener la mirada al centro, en la
dignidad. El imaginario nacional tiene en su memoria reciente la masacre de
El Amparo como un símbolo del horror de los gobiernos de la cuarta y
vencida República, desde el discurso oficial se ha asumido el
acontecimiento como bandera, a pesar de
la impunidad que aún pesa sobre él. Pero es evidente que no sólo puede ser algo
inmutable el recuerdo del horror; éste al menos debe servir para dejar dicho lo
no permitiremos que suceda jamás; las madres de Plaza de Mayo en Argentina
podrían darnos sendas lecciones al respecto.
La masacre, las muchas masacres, rumor
ensordecedor en los paisajes del Alto Apure, a pesar de los cambios de gobierno
y las tendencias políticas; tienen los mismos protagonistas de entonces; otros
son los tiempos, las prácticas y los jodidos los mismos. Tras la máscara de la
violencia el enemigo no es tan fácil de identificar, ya no es sólo un López
Sisco quien maneja la guerra de un lado,
buscando guerrilleros; y del otro, el pueblo, víctima de un gobierno
represivo. La violencia tiene capacidades de trasmutación y adaptación
abrumadoras, sea como instrumento de defensa legítima o de opresión y
sometimiento; el, llamémoslo de una vez por su nombre, terrorismo de Estado; el
terrorismo de Estado de la quinta república, donde cabe la violencia ejercida contra
el pueblo, el mismo masacrado en El Amparo hace 24 años; se despliega en un
marco fronterizo con las mismas prácticas repudiables de los gobiernos más
rancios de la derecha, bajo la fachada pública de grupos organizados y
financiados, de carácter claramente parapolicial, en manos de individuales
políticas dentro del Estado. Estrategia de la aplicación de la dominación en
todo orden; el que piensa distinto es
disidente, todo disidente debe ser castigado; así de tajante es la
violencia en los límites de la política de guerra. Esto es, cada vez menos, un
secreto a voces; y corresponde al pueblo revolucionario debatirlo internamente,
denunciarlo, enfrentarlo en la medida de sus posibilidades.
En ese marco tan complejo andan los y las compañeras del Movimiento
Campesino Bolívar y Maisanta, que a pesar de su esfuerzo tampoco han podido
superar la lógica de la imposición de dirigentes sobre los líderes naturales de
las comunidades indígenas y campesinas. Haciendo política desde abajo, con una
mirada crítica, que se coloca en la posición de defensa e intenta consolidar
una fuerza capaz de sostenerse a los embates de los factores (todos de peso
político y militar) de la dinámica fronteriza colombo-venezolana. Y por eso se
encuentran para debatir las ideas que permitan deslindarse de las promesas del
Estado, que enfrenten la corrupción en términos políticos (profundamente
humanos), que recuperen el sentido de una revolución que es legado de América,
mil veces derrotada y vuelta a levantar. Y del debate forma parte también el
miedo, que es en gran parte consecuencia. Por eso el hablar de lo que nos
duele, nos preocupa y lo queremos; de este lado del río, y del otro, no es
fácil. La palabra justa, la arrebatada, la necesaria; muchas veces, y aquí,
cuesta la vida.
Se gira en torno a la idea de Poder
Popular, del ejercicio urgente de desentrañar los conceptos que hemos
repetido hasta la saciedad, y que las pantallas han sabido repetir hasta vaciar
el sentido. Parte de la tarea es la recuperación del escalofrío, de la
emotividad a voz de cuello, en el pronunciamiento de las palabras que
prestamos. De las que hicieron luego un festín de luces y cantos alegóricos,
las que nos costaron ese punto doloroso y repetido que al Arauca no le alcanza
para sanar. ¿Es el Poder Popular una
fantasía hoy?, nos preguntamos. A 14 años de “revolución” ¿es el Poder del
Pueblo una fantasía?, ¿qué somos nosotros en esa fantasía? ¿De quién es la
tierra? ¿Para quién trabajamos? ¿Quién transfiere Poder a quién? Y es que los discursos que se repiten desde el
oficialismo, como un murmullo sordo del
convencimiento, nos hicieron creer que la Revolución era una gran escalera
sostenida por un líder, nosotros, sus caminantes en ascenso, fieles soldados,
cada proceso electoral vendría siendo un escalón ganado a la victoria final.
Así lo imaginamos, ¿era esa entonces la fantasía?; quizá la ausencia de ese
gran domador de los medios, maestro de
la representación simbólica y la palabra certera, Hugo, podía difuminar al
fondo los aires descompuestos de una estructura de poder que reproduce en lo
concreto el control sobre los medios de producción, el control sobre los
procesos, la corrupción de cualquier nacimiento. ¿La tierra es nuestra?
Pregunta central de una deuda no cumplida, La Ley de Tierras, que en su momento
fue uno de las muestras de enfrentamiento real de clases, se convirtió luego en
el chantaje de la apropiación de tierras en manos del Estado; trabajadas por
los campesinos, esa tierra sigue produciendo alimentos de manera individual y
para acumular capital, la forma es la misma, el patrono cambió. ¿Y cuál es
entonces el papel de la Comuna? Evidentemente el camino a la respuesta no es la
firma de un acuerdo legal, una figura jurídica, un proceso burocrático que
garantiza las dádivas del Gobierno a la gente –un sector de poder apostando a
los embates del olvido-. El pueblo venezolano, el que nunca bajó la guardia, y
que le ha costado este proceso como un parto, no se reduce un reconocimiento
por parte del Estado de sus maneras organizativas; el pueblo tiene derecho, y
de la manera que mejor le parezca, a organizarse, para alimentarse, para no
dejarse joder más en definitiva, para pensarse en libertad, decidir colectivamente
(y no como una fórmula de manual) qué es lo que necesita y por dónde empieza el
mapa de su sueño; eso se llama autogobierno, y en ese concepto no cabe dádiva,
misericordia ni transferencia de
poder. La comuna como esencia ha sido práctica de nuestro pueblo durante años,
un cuento al respecto nos dijo un compañero, dirigente histórico de la zona
(desde una mirada crítica de los movimientos antes mencionados), Freiman Páez,
dice:
Existen experiencias de construcción de movimientos
campesinos que han rescatados tierras, como la comunidad de Trinchera, La
Gloria, El Hato La Victoria. En el año 99, después de la victoria electoral de
Chávez. Ese rescate de tierras y la propuesta de producción colectiva fueron
deteriorándose por la imposición de las lógicas del Estado en figuras como el
INTI, FONDAS, etc. Y por otro lado las organizaciones que no tienen que ver con
los campesinos, que tienen unas prácticas particulares de lucha que llevan a la
intimidación y sometimiento de los
líderes naturales de estas experiencias. Actualmente en la comunidad La
Trinchera, existe aún un proceso autónomo de producción de alimentos,
reparación de vialidad y construcción de escuelas, pero que ha sido
invisibilizado.
Un quiebre. El agotamiento, la violencia, la impunidad, el control,
los secretos a voces, deben producir un quiebre. Y los últimos indicadores
electorales son un instrumento de medición importante, Desde el 2010 existe un rechazo de la población a las prácticas
impulsadas desde el gobierno, que se evidencia en la participación electoral.
La imposición de candidatos por parte del PSUV, ha producido niveles de
abstención en el chavismo que en este caso (últimas elecciones municipales) tuvieron resultados favorables para la
oposición (Freiman Páez). ¿Entonces esa escalera a la victoria final era
la fantasía?, la idea de una revolución “pacifica” “buena” “correcta”, empujada
por la fuerza de un espíritu intangible, ¿parecido a Dios? …¿era la fantasía? Lo
cierto es que las transformaciones no son acumulados, no se pueden sumar (como
no se pueden simplemente sumar cuántas Comunas hay en el país) las voluntades,
las subjetividades de los cambios profundos, que se generan en cada terreno de
lucha, diversos, múltiples, contradictorios; de los cuales se aprende, y que este
pueblo escucha, porque también ha aprendido a hablar.
Freiman Páez:
Había mayor autonomía de lucha en la Cuarta República,
en comparación con la actual. El control que ejerce el Estado y los movimientos
campesinos que buscan aplicar “todas las formas de lucha” complica la situación
en la frontera. La derecha ganó la candidatura con Voluntad Popular, la mayoría
chavista rechazó esa forma de hacer política, están cansados del sicariato, el
cobro de vacuna y la extorsión; del contrabando, del que participan elementos
del Estado, (Sebin, Policía Nacional, Guardia Nacional).
Ante esto, la propuesta que debe discutirse en
colectivo es:
1-La forma de tenencia de la tierra debe superar la
parcela. Existieron algunas experiencias de producción comunitaria de la tierra,
el gobierno chavista acabó con eso.
2-Generar una forma organizativa que permita al
campesino una relación directa con el consumidor. Resolver el problema del
transporte de los alimentos. Controlar la cadena productiva completa. Los
alimentos que producen los campesinos acá se venden en Colombia más baratos, o
a los intermediarios. Una buena idea serían los mercados campesinos abiertos en
las calles de Guasdualito, que se acompañen de actividades culturales diversas,
esto iría generando una nueva forma de comunicarse. Las comunas que existen
hasta ahora sólo se adoptan a las condiciones del Estado, se aprovechan de los
beneficios que pueden adquirir de éste.
¿Qué viene? La mirada del optimismo. Que bueno que
ganara la derecha (en las pasadas elecciones municipales), eso debe producir un despertar de los
sectores que fueron marginados por los actores del gobierno. Debe haber un
resurgir de fuerzas y experiencias pasadas, nuevos liderazgos, un quiebre de
esa lógica organizativa.
**
Nos encontramos
ante un cuadro que con los años vive un deterioro progresivo e indetenible,
donde la lógica de la violencia aplasta los atributos de instinto emancipador
que lograron irrumpir comenzando el siglo XXI. Después de quedar despedazado
otra vez (primero vinieron los colonizadores a destruir las ancestrales
comunidades indígenas de la región) el auge colectivista de comienzos de la revolución
bolivariana, el Estado, los movimientos administrados por sus intereses y
ganancias políticas propias, y la lógica burocrático-capitalista, vuelven a
reducir al campesino a sus parcelas e individualismos. De esta manera, con un
movimiento fragmentado e individualizado, vuele a vencer la violencia. En
Apure, como todo el territorio nacional, la propuesta de los compañeros y
compañeras luchadoras de la zona nos
indica con toda claridad: o colectivizamos el trabajo y socializamos la tierra,
o toda la oscuridad acumulada por siglos de coloniaje y violencia seguirá
acabando nuestros sueños.
Alto Apure (Agua brava del Arauca)
Noviembre 2013
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