miércoles, 8 de enero de 2014

A propósito de la fantasía

Crónicas desde el Alto Apure
Por Aquarela Padilla

Dicen que el agua cura, que el camino que deja en su recorrido puede sanar las heridas. El agua del Arauca es agua brava, pero curar la huella de la masacre de un pueblo no ha de ser tarea sencilla; hará falta algo más fuerte para soportar los embates del olvido, para mantener la mirada al centro, en la dignidad. El imaginario nacional tiene en su memoria reciente la masacre de El Amparo como un símbolo del horror de los gobiernos de la cuarta y vencida República, desde el discurso oficial se ha asumido el acontecimiento  como bandera, a pesar de la impunidad que aún pesa sobre él. Pero es evidente que no sólo puede ser algo inmutable el recuerdo del horror; éste al menos debe servir para dejar dicho lo no permitiremos que suceda jamás; las madres de Plaza de Mayo en Argentina podrían darnos sendas lecciones al respecto.


La masacre, las muchas masacres, rumor ensordecedor en los paisajes del Alto Apure, a pesar de los cambios de gobierno y las tendencias políticas; tienen los mismos protagonistas de entonces; otros son los tiempos, las prácticas y los jodidos los mismos. Tras la máscara de la violencia el enemigo no es tan fácil de identificar, ya no es sólo un López Sisco quien maneja la guerra de un lado,  buscando guerrilleros; y del otro, el pueblo, víctima de un gobierno represivo. La violencia tiene capacidades de trasmutación y adaptación abrumadoras, sea como instrumento de defensa legítima o de opresión y sometimiento; el, llamémoslo de una vez por su nombre, terrorismo de Estado; el terrorismo de Estado de la quinta república, donde cabe la violencia ejercida contra el pueblo, el mismo masacrado en El Amparo hace 24 años; se despliega en un marco fronterizo con las mismas prácticas repudiables de los gobiernos más rancios de la derecha, bajo la fachada pública de grupos organizados y financiados, de carácter claramente parapolicial, en manos de individuales políticas dentro del Estado. Estrategia de la aplicación de la dominación en todo orden; el que piensa distinto es disidente, todo disidente debe ser castigado; así de tajante es la violencia en los límites de la política de guerra. Esto es, cada vez menos, un secreto a voces; y corresponde al pueblo revolucionario debatirlo internamente, denunciarlo, enfrentarlo en la medida de sus posibilidades.

En ese marco tan complejo andan los y las compañeras del Movimiento Campesino Bolívar y Maisanta, que a pesar de su esfuerzo tampoco han podido superar la lógica de la imposición de dirigentes sobre los líderes naturales de las comunidades indígenas y campesinas. Haciendo política desde abajo, con una mirada crítica, que se coloca en la posición de defensa e intenta consolidar una fuerza capaz de sostenerse a los embates de los factores (todos de peso político y militar) de la dinámica fronteriza colombo-venezolana. Y por eso se encuentran para debatir las ideas que permitan deslindarse de las promesas del Estado, que enfrenten la corrupción en términos políticos (profundamente humanos), que recuperen el sentido de una revolución que es legado de América, mil veces derrotada y vuelta a levantar. Y del debate forma parte también el miedo, que es en gran parte consecuencia. Por eso el hablar de lo que nos duele, nos preocupa y lo queremos; de este lado del río, y del otro, no es fácil. La palabra justa, la arrebatada, la necesaria; muchas veces, y aquí, cuesta la vida.

Se gira en torno a la idea de Poder Popular, del ejercicio urgente de desentrañar los conceptos que hemos repetido hasta la saciedad, y que las pantallas han sabido repetir hasta vaciar el sentido. Parte de la tarea es la recuperación del escalofrío, de la emotividad a voz de cuello, en el pronunciamiento de las palabras que prestamos. De las que hicieron luego un festín de luces y cantos alegóricos, las que nos costaron ese punto doloroso y repetido que al Arauca no le alcanza para sanar. ¿Es el Poder Popular una fantasía hoy?, nos preguntamos. A 14 años de “revolución” ¿es el Poder del Pueblo una fantasía?, ¿qué somos nosotros en esa fantasía? ¿De quién es la tierra? ¿Para quién trabajamos? ¿Quién transfiere Poder a quién? Y es que los discursos que se repiten desde el oficialismo, como un  murmullo sordo del convencimiento, nos hicieron creer que la Revolución era una gran escalera sostenida por un líder, nosotros, sus caminantes en ascenso, fieles soldados, cada proceso electoral vendría siendo un escalón ganado a la victoria final. Así lo imaginamos, ¿era esa entonces la fantasía?; quizá la ausencia de ese gran domador de los medios,  maestro de la representación simbólica y la palabra certera, Hugo, podía difuminar al fondo los aires descompuestos de una estructura de poder que reproduce en lo concreto el control sobre los medios de producción, el control sobre los procesos, la corrupción de cualquier nacimiento. ¿La tierra es nuestra? Pregunta central de una deuda no cumplida, La Ley de Tierras, que en su momento fue uno de las muestras de enfrentamiento real de clases, se convirtió luego en el chantaje de la apropiación de tierras en manos del Estado; trabajadas por los campesinos, esa tierra sigue produciendo alimentos de manera individual y para acumular capital, la forma es la misma, el patrono cambió. ¿Y cuál es entonces el papel de la Comuna? Evidentemente el camino a la respuesta no es la firma de un acuerdo legal, una figura jurídica, un proceso burocrático que garantiza las dádivas del Gobierno a la gente –un sector de poder apostando a los embates del olvido-. El pueblo venezolano, el que nunca bajó la guardia, y que le ha costado este proceso como un parto, no se reduce un reconocimiento por parte del Estado de sus maneras organizativas; el pueblo tiene derecho, y de la manera que mejor le parezca, a organizarse, para alimentarse, para no dejarse joder más en definitiva, para pensarse en libertad, decidir colectivamente (y no como una fórmula de manual) qué es lo que necesita y por dónde empieza el mapa de su sueño; eso se llama autogobierno, y en ese concepto no cabe dádiva, misericordia ni transferencia de poder. La comuna como esencia ha sido práctica de nuestro pueblo durante años, un cuento al respecto nos dijo un compañero, dirigente histórico de la zona (desde una mirada crítica de los movimientos antes mencionados), Freiman Páez, dice:

Existen experiencias de construcción de movimientos campesinos que han rescatados tierras, como la comunidad de Trinchera, La Gloria, El Hato La Victoria. En el año 99, después de la victoria electoral de Chávez. Ese rescate de tierras y la propuesta de producción colectiva fueron deteriorándose por la imposición de las lógicas del Estado en figuras como el INTI, FONDAS, etc. Y por otro lado las organizaciones que no tienen que ver con los campesinos, que tienen unas prácticas particulares de lucha que llevan a la intimidación  y sometimiento de los líderes naturales de estas experiencias. Actualmente en la comunidad La Trinchera, existe aún un proceso autónomo de producción de alimentos, reparación de vialidad y construcción de escuelas, pero que ha sido invisibilizado.

Un quiebre. El agotamiento, la violencia, la impunidad, el control, los secretos a voces, deben producir un quiebre. Y los últimos indicadores electorales son un instrumento de medición importante, Desde el 2010 existe un rechazo de la población a las prácticas impulsadas desde el gobierno, que se evidencia en la participación electoral. La imposición de candidatos por parte del PSUV, ha producido niveles de abstención en el chavismo que en este caso (últimas elecciones municipales) tuvieron resultados favorables para la oposición (Freiman Páez). ¿Entonces esa escalera a la victoria final era la fantasía?, la idea de una revolución “pacifica” “buena” “correcta”, empujada por la fuerza de un espíritu intangible, ¿parecido a Dios? …¿era la fantasía? Lo cierto es que las transformaciones no son acumulados, no se pueden sumar (como no se pueden simplemente sumar cuántas Comunas hay en el país) las voluntades, las subjetividades de los cambios profundos, que se generan en cada terreno de lucha, diversos, múltiples, contradictorios; de los cuales se aprende, y que este pueblo escucha, porque también ha aprendido a hablar.

Freiman Páez:

Había mayor autonomía de lucha en la Cuarta República, en comparación con la actual. El control que ejerce el Estado y los movimientos campesinos que buscan aplicar “todas las formas de lucha” complica la situación en la frontera. La derecha ganó la candidatura con Voluntad Popular, la mayoría chavista rechazó esa forma de hacer política, están cansados del sicariato, el cobro de vacuna y la extorsión; del contrabando, del que participan elementos del Estado, (Sebin, Policía Nacional, Guardia Nacional).

Ante esto, la propuesta que debe discutirse en colectivo es:

1-La forma de tenencia de la tierra debe superar la parcela. Existieron algunas experiencias de producción comunitaria de la tierra, el gobierno chavista acabó con eso.

2-Generar una forma organizativa que permita al campesino una relación directa con el consumidor. Resolver el problema del transporte de los alimentos. Controlar la cadena productiva completa. Los alimentos que producen los campesinos acá se venden en Colombia más baratos, o a los intermediarios. Una buena idea serían los mercados campesinos abiertos en las calles de Guasdualito, que se acompañen de actividades culturales diversas, esto iría generando una nueva forma de comunicarse. Las comunas que existen hasta ahora sólo se adoptan a las condiciones del Estado, se aprovechan de los beneficios que pueden adquirir de éste.

¿Qué viene? La mirada del optimismo. Que bueno que ganara la derecha (en las pasadas elecciones municipales), eso debe producir un despertar de los sectores que fueron marginados por los actores del gobierno. Debe haber un resurgir de fuerzas y experiencias pasadas, nuevos liderazgos, un quiebre de esa lógica organizativa.

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Nos encontramos ante un cuadro que con los años vive un deterioro progresivo e indetenible, donde la lógica de la violencia aplasta los atributos de instinto emancipador que lograron irrumpir comenzando el siglo XXI. Después de quedar despedazado otra vez (primero vinieron los colonizadores a destruir las ancestrales comunidades indígenas de la región) el auge colectivista de comienzos de la revolución bolivariana, el Estado, los movimientos administrados por sus intereses y ganancias políticas propias, y la lógica burocrático-capitalista, vuelven a reducir al campesino a sus parcelas e individualismos. De esta manera, con un movimiento fragmentado e individualizado, vuele a vencer la violencia. En Apure, como todo el territorio nacional, la propuesta de los compañeros y compañeras luchadoras de  la zona nos indica con toda claridad: o colectivizamos el trabajo y socializamos la tierra, o toda la oscuridad acumulada por siglos de coloniaje y violencia seguirá acabando nuestros sueños.

Alto Apure (Agua brava del Arauca)
Noviembre 2013



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