lunes, 28 de octubre de 2013

Epa, Ameliach… ¿de qué "valencianidad" hablamos?

Por Yuri Valecillo

No me incomoda escuchar a nadie, pero claro no guardo la compostura “necesaria” a menos que la ocasión lo amerite, cuando escucho del Padre Galindez o las sabias palabras de Jenny Russian las escucho con atención y algunas veces me sobrecogen, me impresionan, me llaman a la reflexión.

Cuando escucha al finado Fernando e Izaguirre al Dr Tellez Carrasco en sus disertaciones acerca de la ciencia o de la artes quedaba impactado, anonadado... y como muchacho que era, salía junto a otros amigos dialogábamos en las calles de mi ciudad acerca de lo que habíamos escuchado minutos antes y duraba días las conversaciones acerca de lo dicho por personas que aun veo como luces maravillosas en medio de noches muy oscuras.

No hacía falta decretar,  como tampoco es necesario un decreto para hacer de José Rafael Pocaterra un gran escritor, o Arturo Michelena un pintor simbológico de nuestra ciudad. De las cosas que no me impresionan y que su fecha de caducidad es el final de su periodo de gobierno son cosas como estas: “Como valenciano de nacimiento, criado aquí mismo, conocedor de nuestras costumbres, estoy dispuesto a luchar por rescatar nuestros íconos, los íconos de la valencianidad” Palabras del gobernador “revolucionario” de Carabobo.

Valencia la de Venezuela son muchas ciudades en una y yo no provengo de esa valenciadad a la que Ameliach se señala dispuesto a luchar por rescatar nuestros íconos. Cosas que tengo que leer, que icono de la supuesta valencianidad tendremos que defender si nunca han dejado de ser el poder en el estado y en la ciudad de Valencia. La ciudad que yo conozco sin tener herencia genética de “300 años” como se señalan algunos, son años acumulados de combates grandes y pequeños en contra de esos tradicionalistas del norte de la ciudad. Con esto de colocar las corridas de toro como “patrimonio” del estado caray en Afganistán se dan peleas de perros, donde un par de canes se destrozan generalmente hasta morir ojala y no vayan a tomar su ejemplo y lo vayan a colocar como patrimonio de su pueblo, claro cada nación hace lo que considera. Pero de allí a que se tenga que apoyar en silencio es otra cosa.

La valencia que produce y que lucha a diario por su vida, es la valencia del sur donde no hay cines, ni teatros, ni espacios de recreación, ni librerías del sur, ni galerías.

Sí, la Valencia de los barrios de la que ganó sus aceras y brocales en las calles, cerrando avenidas con cauchos y con l@s más desprendid@s que vi jamás lanzarse a exigir lo que le correspondía como venezolanos. Sí, los herederos de los humildes que acompañaron a Bolívar y a Zamora y fueron traicionados por los cosiateros de ayer y los deseosos de ser cosiateros de hoy.

La valencianidad que yo conozco es la que pretendía aumentar el pasaje al cien por ciento y decenas se levantaron a enfrentar a los dueños del dinero, la política y no del coraje y detenían ese aumento.

La valencianidad que yo conozco es la que tiene en una tumba descuidada en un cementerio, también descuidado por decir lo menos a uno de los más insignes escritores del estado José Rafael Pocaterra. Si es esa valencia que tiene un solo teatro desde hace más de cien años y que deberíamos meterle lupa a ver que dejo Edgardo Parra y su equipo, caso al cual parece consigna dejarlo olvidado.

Valencia es esa ciudad donde las Escuela de Teatro funciona es una casona desvencijada, descuidada, llena de humedades ingratamente tratada por esa valencianidad que gasta dinerales en una “corrida de toros”. Valencianidad es esa estructura cuya Escuela de Artes Plásticas Arturo Michelena carece de presupuesto digno y decente y los maestr@s hacen milagros para mantenerla funcionando o para tenerla decentemente presentada al que la vaya a conocer.

Esto de los mundos paralelos es maravilloso y al parecer el camino que se hace antes de estar en el poder se olvida, como si un “Alzheimer político”. Yo recuerdo al Ameliach de La Guairita, el que hablaba de los cambios posibles, de las alternativas para el estado, el de contemplar un estado de cosas distintas y mejores.
Al parecer el manto del poder arropa y transforma almas y corazones. Seguiré leyendo a William Golding y su obra El señor de las moscas. También leo autores valencianos, imagino que con menos de 300 años en la ciudad, pero cómo escriben y qué bien lo hacen.

Ojalá y Ameliach tenga oportunidad de conocer a esa Valencia, a estos valencianos que tanto molestamos a esa valencianidad. Conózcalos. A los humildes, al que vive de su trabajo y no de la nómina del estado. Conozca a esos héroes y heroínas anónim@s Nubia, Amilcar, Alirio, Herlinda... entre decenas, cientos, miles que juntos sumarían miles de años de combates de calle y de palabra.


Las calles de Valencia las conozco palmo a palmo y las anduve y ando acumulando -no años de gentilicio- y sí años con la gente.

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